Son gente madura. Y sola. Y el amor va cambiando con la
edad, aunque se necesite lo mismo, pero de otra forma. La gente sola sabemos,
algunas cosas… solo algunas… aunque creamos superado el hecho de necesitar compañía.
Amor… quien no lo necesita, quien no lo añora.
Un amor tenue pero fuerte. Una intimidad distinta pero
íntima.
De algo nos estamos perdiendo los que no vemos eso, lo que
aún no lo vemos, los que estamos pensando en el volar de las mariposas en el estómago
más que en cómo aceptar o decir una propuesta loca y sincera, tan loca, como
tan sincera.
Y así es la peli, sincera, simple, y honda. Porque lo hondo está
en esa simpleza de las cosas no dichas, y las dichas, de esas cosas vividas y
que siguen en uno. Lo hondo está en aceptarse, es compartir lo que se puede y
quiere.
Lo que se necesita. Ni más ni menos. Sin escaparates, sin
eufemismos. A boca de jarro. Con timidez nueva, pero escupiendo verdades como
se pide medio kilo de manzanas en la verdulería, con la misma facilidad, esa
que te da el estar de vuelta de muchas cosas.
En esa vuelta, la timidez es, como decía, nueva. Los planteamientos,
son, otros. Lo hermoso, esta, en lo simple. Lo gentil. Como le dice ella a él.
A los 20 años la palabra gentil no es un piropo. A la edad de los
protagonistas, si lo es, y vaya que lo es. Porque empieza a interesar algo más
que cómo te vistes, como luces, lo que gastas, y lo que tienes. Empieza a
interesar lo que eres.
Y ser gentil, no es poco.
Y allá van dos actores enormes, con gestos tan bien
actuados. Gestos mínimos. Porque no tienen la edad para desparramar entusiasmo,
ni saltar en un pie. La felicidad se expresa con gestos breves. Que vaya si
saben hacer estos dos.
Una dirección actoral cuidadísima. Exacta. Una película que
se disfruta desde el vamos. Una realidad que no rompe realidades, que se
acomoda como puede a lo que hay. Un final sensato, real, creíble.
Si, me ha encantado.